domingo, 31 de diciembre de 2017

El año 2017 (... y V) Orestes Martí

El año 2017
(Cobertura al concluir... y V)
Orestes Martí
Protesta contra la violencia machista. Del Centro de Medios del Eje Feminista Rompamos el silencio. España: 2017: la falta de voluntad política deja más de cincuenta víctimas de violencia machista
MARISA KOHAN @Kohanm
No ha sido un año bueno, sino todo lo contrario. Como casi todos los años hasta la fecha. Desde que en 2003 se comenzara a registrar oficialmente el número de asesinatos por violencia de género, las cifras han oscilado ligeramente para arriba y para abajo, pero no han caído drásticamente, a pesar de la puesta en marcha de leyes orgánicas y un sin fin de modificaciones legales que tenían como objetivo prevenir y erradicar este drama.

Durante los últimos 15 años alrededor de 920 hombres han asesinado a sus parejas o exparejas y, en demasiadas ocasiones, a los hijos de éstas. Durante 2017 las cifras oficiales del Gobierno afirman que fueron 48 las mujeres asesinadas, mientas otros cuatro casos siguen bajo investigación para determinar si son atribuibles o no a este tipo de violencia. Durante este año que finaliza, también ocho menores han encontrado la muerte a manos de sus padres o de las parejas de sus madres - la cifra más alta desde que se tienen registros oficiales-, con lo que la cifra de muertes por violencia de género supera el medio centenar (60 si se computan todas).

Otras fuentes, como la plataforma Feminicidio.net, recoge los datos de forma distinta y las cifra en un total de 97 sólo durante este año. No sólo tiene en cuenta los asesinatos que se producen en el seno de la pareja y expareja - lo que las leyes españolas consideran violencia de género-, sino que incluyen otros tipos de violencias de las que en este momento no existen cifras oficiales públicas y sobre las que España deberá legislar para adecuarse al Convenio de Estambul que nuestro país ratificó en 2014.

El año comenzó con un propósito: poner en marcha un pacto de Estado contra la violencia machista. Así lo habían solicitado largamente las organizaciones de la sociedad civil y expertos en violencia de género. La aprobación de una proposición no de ley por unanimidad en el Congreso en noviembre de 2016 dio el pistoletazo de salida para las negociaciones, que finalmente comenzaron en febrero de este año y consiguió un consenso final en el mes de julio. El Congreso aprobó el pacto con por mayoría, pero sin unanimidad (debido la abstención de Unidos Podemos) y el Gobierno tenía dos mese para ponerlo en marcha. Sin embargo aún no se ha implementado. Al filo del fin de año el Gobierno reunió con las comunidades autónomas para acordar las primeras 26 medidas -de las 213 contenidas en el acuerdo- a aplicar, para las que aún no existe presupuesto. Su financiación está pendiente de una ampliación extraordinaria por parte del Gobierno, debido a la prórroga de los presupuestos de 2017.

Este año que termina estaba llamado a ser el de la erradicación de la violencia machista. Pero la desidia política en la aplicación del pacto de Estado y las graves grietas del poder judicial han puesto en entredicho la voluntad de acabar con este drama. Las protestas sociales son, para muchos, la clave para avanzar en la avanzar en su eliminación.

"Lo que hemos visto este año es una falta total de voluntad política en la aplicación del pacto de Estado. Un acuerdo que debía tener dos características: que fuera eficaz y que fuese urgente. Pero no ha sido ni lo uno ni lo otro, porque aún no se ha puesto en marcha. Se ha perdido todo el año en comisiones de estudio que no hacían ninguna falta. Tampoco se necesitaban 213 medidas. Necesitábamos diez o 12 medidas como mucho y que se pusieran en marcha de manera inmediata. Es tan evidente esta falta de voluntad política y de interés, que buena parte de esas 213 medidas se refieren al cumplimiento de leyes que ya están en vigor pero que no se están cumpliendo", afirma Nuria Varela, periodista y experta en temas de género, cuando le preguntamos por las claves del fracaso de las medidas contra la violencia de género.

Esta opinión es compartida por todas las expertas consultadas. Para Alba Pérez, abogada y miembro de la Plataforam 7N contra las Violencias Machistas "los asesinatos de mujeres y niños no cesan porque no hay voluntad política ni compromiso real y efectivo para erradicar esta violencia. Los asesinatos machistas no cesan y el pacto de Estado, que debía haberse puesto en marcha hace un mes, sigue sin calendario ni hoja de ruta. Muchas de sus medidas siguen sin ser definidas aunque son imprescindibles, como el aumento presupuestario, la formación del personal que interviene en los procesos de violencia de género o la nueva forma de obtener el título habilitante como víctima de violencia machista o la suspensión del régimen de visitas a padres condenados, que el artículo 66 de la Ley Integral deja a facultad del juez, lo que quiere decir que los jueces pudiendo proteger a los menores, no lo hacen".

Tal como afirma Miguel Lorente, exdelegado de violencia de género, el machismo sigue presente con su violencia, pero permanece lejos del foco de las medidas adoptadas para evitar sus consecuencias, el ejemplo más claro lo tenemos en el reciente “pacto de Estado contra la violencia de género”, que de nuevo se ha centrado en el resultado en lugar de hacerlo sobre la causa común del machismo, algo que sí se ha entendido cuando se aprueba un “pacto de Estado contra el terrorismo”, no contra los “atentados terroristas” ni contra la “violencia terrorista”.


Las grietas del sistema judicial

Lo que ha dejado claro este año que termina es que "el sistema judicial no sirve para combatir la violencia de género", enfatiza Varela. En 2016, el 36.5% de las mujeres que fueron asesinadas habían denunciado a su agresor. "Son asesinatos anunciados", añade. Las mujeres sí están denunciando. Según la macroencuesta de 2015, el 86.7% de las mujeres que están sufriendo violencia de género han acudido a la policía y al juzgado. "Sin embargo no se cree en la palabra de las mujeres y las niñas en los juzgados y se minusvalora se minimiza el riesgo que tienen a ser asesinadas". Varela afirma que hoy por hoy en España "existe impunidad frente a la violencia de género".

En 2016, según datos del último informe de Feminicidio.net, se presentaron 142.893 denuncias -un promedio de 11.900 cada mes-, pero se archivaron 58.716 denuncias, es decir, casi un 41%. Y esto supone tan sólo una media nacional. Según estos datos, en 2016 entre los Juzgados de Violencia sobre la Mujer y los Juzgados de lo Penal dictaron sentencia condenatoria en el 22% de las denuncias. Solo dos de cada diez denuncias de maltrato terminaron en condena.

Para Varela, el porcentaje de ordenes de protección ordenadas sobre el número de denuncias por violencia de género alcanzó su mayor proporción en 2009 con un 30,3%. Una cifra baja, pero en 2016 esta tasa de cobertura había bajado al 24,4%. "Es decir, no sólo no se ha mejorado, sino que se está empeorando".

La parte positiva que deja este año es que esta situación se ha hecho evidente en una opinión pública que no está dispuesta a seguir tolerando estas injusticias. Dos casos, que han sido paradigmáticos han espoleado la respuesta y la ira de la sociedad civil. El caso de Juana Rivas, que ha puesto en tela de juicio a la fiscalía y a la justicia especializada, que no ha sido capaz de proteger a sus dos hijos menores, a pesar de contar con leyes a su alcance para hacerlo. Por otro, el juicio a 'La Manada' que ha dejado en evidencia que "lejos de desarrollarse un derecho de defensa, lo que se está desarrollando en los juzgados es una persecución a las víctimas", añade Varela.

La presión social, clave para conseguir cambios en 2018

Una de las claves de este 2017 que termina ha sido, sin duda las manifestaciones y la presión social, tanto en las calles como en redes sociales y en los medios de comunicación. El caso del productor de Hollywood Harvey Weinstein, ha generado una reacción en todo el mundo que ha desbordado las fronteras de Estados Unidos y de la industria del cine y se ha propagado como la pólvora a través de medio mundo. También en España estas protestas han sido ámpliamente seguidas y las manifestaciones en favor de la igualdad y en contra de las fallas del sistema han congregado a miles de personas en las calles de toda España.

Para muchos expertos el próximo año esto será clave para avanzar en los cambios necesarios que acaben con la impunidad. "2018 tiene que ser el año en el que erradiquemos la violencia de género", afirma Varela. "Creo que esto se puede conseguir por un lado con la ruptura del silencio. Las mujeres de todo el mundo están rompiendo el silencio, a costa de esas dobles victimizaciones, del estigma, pero en medio mundo se está rompiendo ese silencio: en india, en eeuu, en España, en reino unido. Se tiene que acabar esta violencia exigiendo que se cumplan las leyes, exigiendo responsabilidades políticas, responsabilidades a todos los agentes, poniendo nombres a los jueces y juezas que no escuchan a las víctimas, que no las protegen y también tiene que ser el año en el que las mujeres dejemos de ser ciudadanas de segunda", concluye Varela.



2017, los años bárbaros
Por Daniel Seijo

«Es que, cuando los hombres llevan en la mente un mismo ideal, nada puede incomunicarlos, ni las paredes de una cárcel, ni la tierra de los cementerios, porque un mismo recuerdo, una misma alma, una misma idea, una misma conciencia y dignidad los alienta a todos.»
La historia me absolverá, Fidel Castro

“La diferencia entre una democracia y una dictadura es que en una democracia, primero votas y después recibes órdenes. En una dictadura no tienes que perder el tiempo votando.”

Charles Bukowski

Despedimos un año en el que la censura, las leyes coercitivas, las profundas desigualdades y  el servilismo promovido por el sistema en casi todos los ámbitos de la vida han vuelto a apretar nuestras cadenas. Terminamos el año menos libres, más anclados que nunca a las grandes hipotecas y a las numerosas trampas ideológicas que los mass media nos imponen cada día debido a nuestros míseros sueldos y al escaso tiempo libre tras horas de duro trabajo.


2017 ha sido el año en el que la precariedad se ha revelado para nosotros como una realidad permanente y no como una crisis pasajera, en el que nuestros jóvenes han comprobado como pese a que hoy las banderas inundan nuestras calles, la economía y la política hacen que resulte más complicado que nunca poder trabajar y buscar un futuro mejor en España. Un año de recortes y precariedad filtrada entre las largas listas de espera en los hospitales, en los barracones habilitados como colegios públicos y en las caras de desesperación y vergüenza ordenadas en absoluto silencio ante el recurso a los comedores sociales como salvavidas ya permanentes para muchas familias. La pobreza de un país como el nuestro -al igual que la pobreza en los bloques de edificios de la depauperada clase media- se manifiesta inicialmente en los pequeños detalles que únicamente identifican aquellos que todavía hoy, permanecen con los ojos abiertos a la realidad de los desfavorecidos por un sistema profundamente injusto; puede que con ello, se explique en el fondo el silencio o la complicidad de muchos de nuestros medios de comunicación con el hostigamiento a quienes se rebelan contra sus consecuencias.

A lo largo de 365 días parte del periodismo patrio ha continuado cerrando sus ojos, ha descubierto que resulta más rentable para sus cuentas ser valiente contra los estibadores, los taxistas o quienes deciden su camino a miles de kilómetros en Venezuela o Irán, mientras guardan un cobarde silencio ante la opresión y la sangre en Honduras, Yemen o Palestina. Hoy los cínicos lanzan una desesperada y dura ofensiva destinada a arrebatarnos la voz en los medios de comunicación, su ceguera les impide ver que pese a la precariedad y a las continuas zancadillas, los que estamos dispuestos a dignificar el periodismo todavía somos legión.

Hoy 4 millones y medio de españoles esperan la llegada del invierno sin recursos para combatir el intenso frío, mientras las grandes eléctricas aumentan sus beneficios y pagan con ello anuncios en cada periódico, en cada cadena de televisión o radio. Los verdaderos dueños de la imprenta buscan esconder en la parrilla televisiva y erradicar de las portadas las numerosa muertes causadas por la pobreza en nuestro país, quienes hoy mueren carbonizados por la mala combustión de un brasero o debido a incendios causados por instalaciones eléctricas precarias, en el mejor de los casos serán víctimas de la pobreza energética para nuestros medios de comunicación, como si ponerle un adjetivo a la pobreza sirviese para erradicarla. Incluso yendo más allá, medios como El País se aventuran en su páginas a frivolizar con la pobreza intentando convertirla en algo trending, algo normalizado. Friganismo o nesting, son únicamente términos que denotan la bajeza moral y profesional de una cabecera periodística en franca decadencia.

2017 ha sido el año en el que la precariedad se ha transformado en muerte en nuestros puestos de trabajo. La táctica de gobierno y patronal para maquillar las cifras macroeconómicas de nuestro país a base de exprimir con total desconsideración a los españoles, ha terminado pasando una cruel factura a quienes hoy buscan desesperadamente su pan en un país en donde la tasa de pobreza entre ciudadanos con empleo no deja de crecer, la temporalidad se vuelve norma y las medidas de seguridad en el puesto de trabajo son únicamente una realidad durante las escasas inspecciones de trabajo. Durante el primer semestre de 2017 la siniestralidad laboral se cobró 300 muertes de trabajadores en nuestro país, mientras tanto Ciudadanos y Partido Popular se dedicaban únicamente a promover paquetes de medidas neoliberales dirigidas a reformar el mercado laboral, Espejo Público criminalizaba al trabajador y los sindicatos…Los sindicatos simplemente se ponían guapos para salir en una foto que nos debería abochornar a todos.



Por desgracia y por incompetencia política, también este ha sido un período negro para las mujeres en nuestro país. El patriarcado y el terrorismo machista, como su expresión más siniestra, se ha cobrado la vida de 56 mujeres y niños en lo que va de año. La falta de inversiones económicas acordes a la magnitud del problema, las continuas trabas impuestas por la mentalidad machista de muchos políticos y numerosos jueces, además de la búsqueda con mayor ímpetu de fotos tras el pacto que de acciones realmente efectivas para proteger vidas, ha hecho que el año del “pacto de estado contra la violencia de género” haya sido uno más para el cruel e insoportable rastro del terrorismo machista en nuestro estado. Mientras no comprendamos la importancia de llamar a las cosas por su nombre, mientras las miradas de desprecio no se enfoquen en el machista y se sigan dirigiendo a las feministas por cuestionar los pilares del patriarcado, resultará imposible cambiar nada en nuestro país. Quizás 2018 sea el año en el que las mujeres protagonicen un paro nacional para defender sus derechos, francamente, así lo deseo.

España es -y ha sido durante 2017- un país poco propicio para el cambio, un estado donde las mordazas siempre están listas para silenciar a la insurgencia, mientras el fascismo, el racismo o el machismo campan a sus anchas por las redes y las calles. La ley continua negándolo, pero una amenaza de muerte no parece pesar lo mismo cuando se dirige a un torero, que cuando es un activista de izquierda el que la sufre. Hoy ser militante de izquierda en España, puede ser utilizado en su contra. En una España aparentemente democrática, las porras y las pelotas de goma disuelven al pueblo organizado sin que exista responsabilidad alguna por la violencia ejercida en los desahucios, en las plazas de nuestros pueblos, en Murcia, Gamonal o Catalunya; por desgracia la experiencia nos dice que cuando uno reivindica sus derechos, la policía no suele ser un amigo. En definitiva, la foto que resume nuestros derechos la protagoniza el pueblo de Alsasua reclamando la vuelta a casa de sus jóvenes, mientras  los policías desplazados a Barcelona manipulan fotografías para reclamar un menú con mayor protagonismo para los langostinos, parece que las promesas de mayores sueldos no ha sido suficiente para ellos.

Mientras tanto 2017 ha pasado sin pena ni gloria para una izquierda cada día más trasnochada, desubicada ante realidades sociales y económicas que no dejan espacio político para la ambigüedad, para la búsqueda de una transversalidad que no dudo pueda dar muy buenos resultados en los trabajos de fin de carrera, pero que se antoja fútil y se desmorona con un simple paseo por nuestras ciudades. La guerra de clases y no la de votos, es lo que siempre ha marcado el eje izquierda derecha, no tiene sentido renunciar a nuestra propia ideología solo porque ellos vayan ganando. Después de todo, la búsqueda del voto de centro es lo más ridículo que recuerdo desde aquel cuadrado mágico de Vanderlei Luxemburgo, entonces como hoy, las miradas tarde o temprano terminarán dirigiéndose al banquillo.


Que coño… Por un puñado de votos que nadie nos ha garantizado, aceptemos una institución en la que los privilegios los otorga la sangre y el sexo, consintamos la herencia directa de la dictadura franquista y olvidemos también a los muertos republicanos, renunciando a su vez al deber de defender su memoria. Ya puestos, aceptemos las profundas desigualdades económicas del capitalismo y el imperialismo asesino de la OTAN, después de todo son realidades más recientes que la propia corona. Quién sabe, puede que entonces consigamos ese voto de centro, que ganemos al fin las elecciones, o puede que tan solo logremos cambiarnos a nosotros mismos transformándonos en todo aquello que siempre hemos combatido. Lo que es seguro, es que si hacemos eso, si renunciamos a nuestros principios básicos, ninguno de nosotros podrá mirar a la cara a las futuras generaciones. La lucha social y moral de la izquierda no consiste en una victoria electoral rápida, no consiste en bailarle el agua al poder para introducir pequeños cambios, sino que se trata de construir un mundo mejor por largo y tortuoso que sea el camino. El ejemplo de siglos de movimientos sociales y políticos, nos contempla con miedo a la traición que se intuye, pero también con esperanza en nuestra reacción ante ese peligro. De corazón, confío en que juntos podemos.

2017 ha sido un año de derrotas, un año duro para nuestros derechos y para la lucha social y política de la izquierda, pero confío plenamente en que haya sido un año en el que militantes, y todos aquellos que aspiran a representarnos políticamente, hayan aprendido de sus errores, un año en el que hayamos descubierto que hoy resulta más importante que nunca reafirmar nuestros valores para servir de ejemplo a todos aquellos que todavía buscan una salida a tanto dolor, a tanta desigualdad. Nadie puede garantizarnos que los que hoy nos piden que renunciemos a nuestros principios para lograr llegar al poder, una vez alcanzado el mismo sean capaces de olvidar al pueblo para mantener sus propios privilegios. Mantenernos firmes en nuestros principios heredados generación tras generación es el único camino para el cambio.


Por un 2018 combativo y justo.



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